Presentación del Libro: “Susurros entre Rejas” de la
Lic. GAUTO, Andrea
PALABRAS PARA ABRIR UN LIBRO
A cargo de Víctor Hugo Mamaní
Agradezco a la Editorial Universitaria
de la Universidad Nacional
de Misiones, a la Lic. Andrea
Gauto la invitación a presentar un “sulfuroso” “Susurros Entre-Rejas”, es realmente un honor estar aquí. Mi eterno
agradecimiento.
Con
mi maestro en la profesión y en la vida, Natalio Kisnerman, entendemos el
Trabajo Social como profesión y disciplina científica, que su sentido ha sido y
es potenciar lo humano en la superación de diversas situaciones en sociedades y
culturas en las que contrastan realidades no siempre favorables al desarrollo
de esa cualidad que denominamos “lo humano”. Se quebraron los lazos de
solidaridad y cedieron los puntales organizadores del bien común. El escenario
social está marcado por la violencia, por un profundo estado de indefensión, de
malestar y deterioro de la calidad de vida. El desencuentro es una moneda
corriente que circula por nuestras vidas y vamos por el mundo respirando
nuestra propia disolución social. La pobreza, el desempleo, la violencia
institucionalizada, la corrupción, la discriminación social y particularmente
la étnica entre otros muchos factores recurrentes, dan testimonio de una
sociedad que discursea sobre derechos humanos pero no los practica (Kisnerman,
2006) Derechos vulnerados y abandonados a
su suerte, que el ojo miope de la justicia social no alcanza a ver diría
Andrea Gauto.
En
esta dinámica social, se encuentra inserta la cárcel, institución que arrastra desde sus orígenes diferentes
problemas, que según Elías Carranza (2009) en América Latina y el Caribe son: la falta de políticas integrales, el
hacinamiento carcelario, la deficiente calidad de vida en las prisiones, la
insuficiencia del personal y su inadecuada capacitación y la falta de programas
de capacitación y trabajo para las personas presas. Pese a la introducción
de numerosas legislaciones penales y procesales de medidas alternativas a la
pena privativa de libertad, los operadores jurídicos continúan privilegiando la
pena de prisión y la prisión preventiva, desvirtuándose así la normativa
internacional y los principios constitucionales relativos al tema, y que
resultado de ello fue que numerosos países duplicaron sus tasas de encierro
entre los años 1992-2008 y algunos incluso triplicaron, ocasionando grave
hacinamiento carcelario, violencia, motines, numerosas muertes en casi todos
los países y grave afectación a otros derechos fundamentales como la salud, que
se ve seriamente amenazada por las enfermedades infecciosas, situación que la Corte Interamericana
de Derechos Humanos han considerado trato cruel, inhumano y degradante
(Carranza, 2009, p.19)
Los
Servicios Penitenciarios son
estructuras marcadamente centralizadas en la toma de decisiones, orientadas a
la producción de orden y disciplina, que en esta Argentina con una democracia
consolidada los muestran como obsoletos, anacrónicos, manteniendo el espíritu residual de la dictadura militar como
refiere la autora de “susurros”.
Orden y disciplina ante todo, por sobre el respeto a los derechos de los
reclusos, por sobre un tratamiento. Caracterizadas como fuerzas de seguridad
con intensas y acentuadas improntas militares, estableciendo estructuras,
mecanismos de gestión y prácticas reflejas al ejército (guardias, desfiles,
uniformes, casinos, etc.,) propias de un sistema militar que privilegia, las
ordenes, la obediencia, la subordinación. Hay escalafones, agrupamientos y
jerarquías, hay un personal superior y otro subalterno, modelo que establece una
brecha entre ellos mismos. Los grupos que gobiernan la administración
penitenciaria, buscan cooptar, disciplinar, obtener adeptos acríticos, no pensantes, títeres uniformados,
fijan modos de trabajar, en fin, solo buscan poder – gobernar, permanecer. El
proceso prisionización también salpica en sus afectaciones, al agente
penitenciario, aumentan los niveles de stress, retracción, desgaste
psicológico.
Un
detenido con trato hostil, requiere de atención psicológica – social –
educativa, aumenta la demanda y desbordan los servicios. En la mayoría de las
agencias penitenciarias es clara aún, la pervivencia de la DOCTRINA CRIMINOLOGICA
PELIGROSISTA, de cuño positivista, la cual tiene una base etiológica en su
concepción del delincuente y busca las causas del delito de acuerdo a criterios
deterministas, individuales, genéticos y biopsicológicos. El discurso
positivista construye un paradigma para el penitenciario, que fija la imagen
del interno como “el otro, anormal, inferior y altamente peligroso”
También
intensifica la retracción de la institución sobre sí misma y cierra la
posibilidad de incorporar avances en
criminología crítica – estrategias socioeducativas, etc., que se han producido
durante el último siglo, empobreciendo el elenco de estrategias, medidas y
alternativas para intervenir frente al fenómeno del delito y el
encarcelamiento.
A
esto se suma que la institución tiende a excluir o limitar todo tipo de
participación comunitaria en la materia, operando en los hechos como una
institución privada y no pública, que ofrece un servicio. Tiene una marcada
debilidad de controles, la gestión penitenciaria, espacios de poca y nula
visibilidad (viven pensando en construir
muros), estructura fuertemente burocratizada y compartimentada, vulnerabilidad
por parte de la población destinataria de las prestaciones y un sistema
disciplinario hermético y de represalias diversas que impide la formulación de
denuncias. Esto factores en su conjunto se vuelven en caldo de cultivo, en
contexto propicio para la aparición de los casos de corrupción. El respeto por
los derechos de las personas privadas de su libertad no es visualizado como
finalidad trascendental de su actuación sino como obstáculo para su trabajo.
Andrea
Gauto trae la voz de las mujeres
encarceladas, que casi nunca están presentes en los eventos que en su nombre se
hacen. Andrea levanta el velo e invita a
mirar con ojos “no miopes” tal
situación. Su obra la presenta a ella y a
su impronta con meridiana claridad: oir la voz del otro lado de la reja,
caso contrario, como diría Juan Scatolini: “estaríamos
a punto de comer guiso de liebre sin liebre”. Delia Nuñez (Carranza, 2009, p.228) refiere
que el tema de la mujer y su relación con el sistema de justicia penal ha sido
poco desarrollado, visualizándose en
términos generales una carencia de estudios o investigaciones sistematizadas
sobre la criminalidad y la criminalización de la mujer. Una revisión de los
libros manuales, tratados o estudios de criminología, refleja lo anterior,
donde el tema aparece mencionado de manera marginal sin mayor desarrollo teórico.
Los estudios sobre mujeres en prisión también son limitados, pues se ha
aplicado a las mismas, los estudios hechos a hombres privados de libertad. Sin
embargo, en los últimos años ha habido una mayor preocupación no sólo sobre las
condiciones de las privadas de libertad sino sobre las razones por las cuales
las mujeres ingresan en prisión.
En
este sentido, la obra de Andrea
Gauto es un susurro suave, un murmullo
asentado en las narrativas de las mujeres encarceladas y en el propio relato, un susurro que deja escuchar la palabra y el
sentir del otro lado de la reja, de la celda, del pabellón. La autora ingresa al campo interaccional e
intersubjetivo construido entre-rejas, buscando el encuentro con aquellas
mujeres privadas de libertad. Mujeres que desde el dolor del encierro le
permitieron recorrer aquella geografía del daño que provoca el enjaulamiento
del ser humano por otro ser humano. Daño que no solo afecta “al preso/a” sino que se extiende a su
sistema familiar. Daño del que nada se
habla, mucho se oculta y poco se hace para superarlo. Andrea ingresa a las
redes comunicacionales buscando el tan mentado rapport que para quien les
habla no es otra cosa que una relación de confianza humana, que permite
desplegar narrativas que dan cuenta de los que nos pasa a cada uno,
integralmente.
Sin
darse cuenta o quizás si, Andrea Gauto escucha, conversa con esa “otra” que
también es ella, con esa “otra” que
le da plena existencia y la confirma,
confirmándose mutuamente. Ambas saben que la realidad humana primaria son
personas en conversación (Harre, 1983, p. 58) Fluye la conversación y emerge la
mirada, el cuerpo se dispone, fluyen palabras, circulan significados,
interpretaciones van y vienen, construimos algunos acuerdos y desacuerdos.
Emociones y sentimientos nos impregnan en cada relación cara a cara, relación
que cobra significados diferentes detrás de los muros o cuando cada reja se
abre y se cierra. Así, la conversación, entendida con suficiente amplitud, es
la forma de las transacciones humanas en general. (MacIntyre, 1981, p. 197) Los seres humanos existimos como tales en
el lenguaje, en el espacio relacional del conversar, del lenguajear. “Todo el vivir humano se da en redes de
conversaciones” (Maturana (1995, pp. 159-165)
Los
cerrojos no impiden que los protagonistas del proceso “conversen” y construyan realidades desde el lenguajear de Maturana (1990) o el ahora “susurrear” de Gauto (2010) No impide que recorran críticamente la
práctica institucional del encierro y su discurso justificador, del diagnóstico
de patología y peligrosidad, su violencia simbólica al decir de Bordieu, la soledad
estando con otros, la peregrinación sufriente del visitante, la rutina
deteriorante de los días calcados y la colonización
del yo. La reja no impide que las conversaciones transiten por las aulas y
los lugares de trabajo, ámbitos que también operan como reproductoras del
sistema de control socio-institucional. (Foucault, Goffman, Wacquant, entre
otros)
En
su recorrido, la autora explora críticamente la maternidad en situación de
encierro, la crianza de aquellos hijos
en prisión, la modalidad de alojamiento y las relaciones que se construyen a
partir de tan especial situación. Los desencuentros en la cárcel, entendiendo
estos como relaciones conflictivas y violentas, encuentran su antítesis en los
encuentros y reencuentros familiares, en la fe como respuesta alternativa y
esperanzadora frente a la cartografía del dolor que describiéramos, pero que no
son suficientes.
Las
instituciones son ese espejo al lado del camino de que hablaba Stendhal. Espejo
que devuelve una imagen no deseada pero que se sabe real. Allí reside el problema
y se asienta la negación evidente en las instituciones que tienen que ver con
la transgresión; del orden, de las apetencias y los fantasmas de cada época.
(Balestena, 2003, p.11)
El
libro de Andrea Gauto, es un acto de fe, todo
libro lo es decía Natalio Kisnerman allá por 1964 y en este caso en
particular, Fe en que para reducir la criminalidad son
imprescindibles ejecutar políticas integrales, que no solo promuevan buena
justicia penal, sino, sobre todo, de justicia social. Fe en que esas políticas reconozcan y respeten la diversidad étnica
y cultural de nuestros pueblos, con atención a las personas en situación de
especial vulnerabilidad, enfocadas a reducir el desempleo y la inequidad en la
distribución del ingreso y a fortalecer los programas de educación, salud,
vivienda y bienestar social; con un capítulo de justicia penal verdaderamente
justa, transparente, sin impunidad para la criminalidad económica. Fe en que tales políticas incluyan la
perspectiva de género y que se utilice la prisión exclusivamente como último
recurso y de aplicarla, sea en condiciones de dignidad, seguridad, higiene y
respeto a los derechos fundamentales de las personas recluidas en ella.
Fe en el colectivo profesional de los Trabajadores
Sociales para profundizar en el
conocimiento y reconocimiento de la operatividad de los Sistemas de Control
Social Formal y la necesidad de resignificar críticamente nuestras prácticas a
la luz de la doctrina consagrada constitucionalmente y en un campo profesional
en el que muchas veces los Trabajadores Sociales nos insertamos acrítica y funcionalmente como agentes
de control sociopenal.
En este sentido, el libro de Andrea Gauto que hoy
tengo el honor de presentar, constituye un valioso aporte para preguntarnos: si
la cárcel y sus representantes, con sus discursos y prácticas manifiestas ¿han fracasado o siguen triunfando? Muchas Gracias.
Víctor
Hugo MAMANI
Aula
Magna. Universidad Nacional de Misiones. Posadas, 3 de Noviembre 2010
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